Se ha repetido hasta el cansancio que el cambio climático es el más grave de los problemas que enfrenta la humanidad y que de no atenderlo pondremos en riesgo la posibilidad de que los jóvenes de hoy y las futuras generaciones puedan aspirar a una vida próspera. Los impactos del cambio climático resultan evidentes sobre la producción de alimentos, en la propagación de enfermedades, en la desaparición de la biodiversidad y en la mayor frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos.
A pesar de lo abrumador de la evidencia científica personas y gobiernos seguimos actuando inercialmente como si no pasara nada. Si el mundo se conforma sólo con los esfuerzos de reducción de emisiones prometidos hasta ahora dentro del Acuerdo de París nos encaminamos a un escenario de incremento de la temperatura mayor a 2.5 grados centígrados. A partir de la revolución industrial y hasta nuestros días hemos aumentado las concentraciones de bióxido de carbono de 280 partes por millón hasta 422 en esta semana.
La temperatura se ha elevado sólo 1.1 grados en promedio y con esto ha sido suficiente para desencadenar fenómenos y tragedias climáticas en una escala no vista. Inundaciones, incendios, sequías, reaparición de enfermedades causadas por vectores y rompimiento de récords históricos de temperaturas en todo el mundo.
La buena noticia es que el panel de expertos del clima IPCC por sus siglas en inglés nos dice que con base en las leyes de la física y la química aún es posible contener el calentamiento global para que no rebase 1.5 grados. Sin embargo es indispensable que se reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero entre 45-50% antes del 2030 y a partir de ahí, redoblar esfuerzos para seguir bajando emisiones de tal manera que lleguemos a cero emisiones netas a mediados de este siglo. México entrará en pocos años al club de los 10 mayores emisores en el mundo. Nuestro país prometió en noviembre del año pasado ante el Acuerdo de París que reduciríamos nuestras emisiones en 35% para el 2030 comparado con el escenario inercial o de la inacción. Hasta ahora hemos hecho realmente poco pero podemos hacer mucho más. La clave es implementar buenas políticas públicas que maximicen los beneficios sociales y económicos de las mayorías a la vez que cuiden el medio ambiente y eviten el calentamiento global. El mundo se ha embarcado en una vertiginosa transición energética en la que será indispensable reducir rápidamente el consumo de combustibles fósiles y sustituirlos por energías renovables y otras formas y fuentes de energía sin emisiones. México se encuentra en una posición privilegiada para el aprovechamiento de la energía solar y eólica. Podemos eliminar por completo en esta misma década el uso de carbón y de combustóleo en la generación de electricidad. Debemos parar de inmediato el incremento en el consumo de gas natural para empezar a reducir su uso a partir del 2040. El gas no es limpio ni sirve realmente para una transición energética de la escala y velocidad que la ciencia del cambio climático requiere. Seguir apostando al gas significa simplemente seguir calentando el planeta.
Afortunadamente producir electricidad con energía solar y eólica resulta bastante más barato que producirla con carbón combusióleo o incluso gas. Varios países del mundo han incorporado en su matriz energética porcentajes mucho mayores de energías renovables variables que México, y sin poner en riesgo la estabilidad de la red eléctrica, como algunos por ignorancia o dolo no se cansan de repetir. Los costos de los sistemas de baterías están bajando rápidamente tal como lo han venido haciendo los costos de los paneles fotovoltaicos durante los últimos 20 años.
Para ser congruente con las promesas de mitigación climática hechas por México ante el mundo es indispensable que cambiemos de forma urgente y radical las políticas energéticas que se han implantado en los últimos años. En nuestro sistema eléctrico nacional se debe dar prioridad al despacho de la energía limpia y barata antes que a la energía cara y contaminante. Urge fortalecer y expandir la red de transmisión relanzar las subastas eléctricas a la brevedad. Este mecanismo demostró que puede generar docenas de proyectos con recursos privados (en una escala que no tiene el gobierno) que producen electricidad a una fracción de lo que le cuesta a la Comisión Federal de Electricidad producirla.
La transición energética en México puede constituirse en un fuerte vector de generación de empleos y modernización tecnológica. Pero también debe garantizar que se utiliza para maximizar los beneficios sociales de las mayorías. Con programas de energía solar distribuida se pueden poner paneles en millones de hogares de bajo ingreso para garantizar un acceso universal a la energía y la erradicación de la pobreza energética. Resulta positivo el anuncio reciente del gobierno federal de iniciar la construcción de parques solares en Sonora. Quizás esto demuestra que aún hay tiempo de cambiar el rumbo para sumarnos a ese gran movimiento global para salvar el planeta transformando la forma cómo generamos y usamos la energía.
Adrián Fernández Bremauntz
Columna/ El Economista.